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sábado, 7 de julio de 2012

Corresponsales de guerra II


La narración "Corresponsales de guerra (I)", de este blog, nos indica claramente las diferencias entre los fotógrafos civiles y militares. Los civiles recibían permisos especiales para tomar fotos en las zonas de guerra. Se identificaban con una banda verde en el brazo con la letra P bordada en color blanco. Iban uniformados igual que sus colegas militares, aunque podían, dada su naturaleza de civiles, llevar prendas no reglamentarias y no les era permitido ir armados.

Los militares llevaban parches de “OFFICIAL U.S. ARMY PHOTOGRAPHER” (Fotógrafo oficial del ejercito), debían llevar el uniforme y estaban sometidos a las ordenanzas respecto a las prendas, aunque debido a que no tenían ningún mando superior directo en los frentes, a menudo las incumplían. Podían ir armados, pero como portaban gran cantidad de equipo fotográfico encima, solo llevaban un revolver o pistola y un cuchillo de combate como únicas armas. Como ejemplo, decir que los fotógrafos estadounidenses llevaban una pistola Colt 1.911 A1 al cinto o sobaquera, un cuchillo de combate M3 y eventualmente una carabina M1. Algunos no tenían mas que una ligera idea de como disparar un arma . Cuando se acercaban al frente por primera vez recibían cursos “privados” impartidos por algún curtido veterano, que les indicaba que de encontrarse cara a cara con un enemigo debían disparar primero aunque no apuntaran bien, lo que le dejaría aturdido y así poder afinar la puntería en el segundo disparo. Asimismo, y para preocupación de los “alumnos”, los veteranos les decían que si en alguna situación difícil necesitaban un rifle, simplemente tenían que mirar alrededor y seguro que encontrarían uno en el suelo. 


Pero estas diferencias no eran las más importantes. Lo que molestaba a los fotógrafos militares era su anonimato. Sus colegas civiles permanecían en el frente unos días o semanas, sacaban sus fotos, y se iban a casa cuando querían, para luego aparecer en todas las revistas con grandes titulares e indicando el nombre del autor; mientras, ellos debían estar en el frente durante meses o años, mandando continuamente material a retaguardia, para que apareciese su trabajo en esas mismas revistas con el pie de foto “Foto por Signal Corps” o “Foto suministrada por el ejercito” o peor aún, atribuirlas a otros. Este anonimato bajaba la moral de los equipos. La mayoría, como hemos explicado antes, ya eran fotógrafos antes de la guerra, y sabían lo importante que era hacerse un nombre en el mundillo, irritándoles que después de todo su esfuerzo y grave riesgo para sus vidas, no recibieran ningún reconocimiento de la opinión publica por su trabajo. Hubo un caso curioso en que esto no ocurrió. Un fotógrafo militar había hecho fotos en la cabeza de playa de Normandía en los primeros días del desembarco aliado. Se había establecido un sistema rápido de traslado de negativos a Londres, mediante palomas mensajeras. El fotógrafo metió el rollo de película en la pata de la paloma y la soltó. No se sabe si por el aturdimiento causado por el ruido del combate o buscando la compañía de una paloma francesa, lo cierto es que el pobre animalillo voló justo en dirección contraria a la que debía y terminó cayendo en manos de los alemanes. Después, las fotos aparecieron en un periódico militar, con el pié de foto identificando al fotógrafo por su nombre. (Noticia aparecida en la revista Time del 6 de noviembre de 1,944)

Tampoco les hacía demasiada gracia que los fotógrafos civiles cobraran grandes cantidades de dinero por su trabajo, mientras ellos recibían una paga de soldado. Así, empezaron a competir para sacar mejores imágenes que sus colegas civiles, los cuales se quejaban que al no tener acceso a los planes de las operaciones, se les presentarían menos oportunidades de sacar una buena instantánea. Estas tensiones estuvieron presentes durante toda la contienda.


 Los manuales técnicos explicaban claramente la organización de las unidades de fotografía de combate. Estos formaban parte de una compañía, mandada por un oficial que asignaba a cada unidad a un frente o a una división determinada en una batalla. El numero de unidades que formaban una compañía era muy flexible, ya que dependía de la cantidad de hombres que les eran asignados. La experiencia y la constante falta de personal hizo que en la practica se enviaran al frente unidades de tres hombres, aunque según los manuales la fuerza mínima debía ser de ocho. Estos tres hombres consistían en un fotógrafo, un camarógrafo y un ayudante-conductor con un jeep como medio de transporte. En la practica, cada compañía se las arregló como pudo para cubrir todas las operaciones usando lo mas racionalmente posible las fuerzas con las que contaban.

Para las unidades, la vida en el frente era dura, pero tenia sus ventajas respecto a la de los soldados de infantería. Una vez asignados a un frente, tenían preferencia y movilidad absoluta para desplazarse donde quisieran Sus credenciales les hacían muy poderosos, ya que les permitía saltarse el escalafón, y recibir toda la ayuda necesaria para completar su misión.Los oficiales estaban obligados a facilitarles toda la información que necesitaran. Esto irritaba a algunos, que se quejaban de su excesiva autonomía. Y lo cierto es que en su periplo, conocían gente y visitaban tranquilamente preciosas ciudades, cosas que el pobre soldado de trinchera rara vez podía hacer. Su trabajo les reportaba la satisfacción de que al menos hacían lo que más les gustaba. Se quedaban en el frente semanas o meses sin contacto con sus superiores y vivían como parias, yendo de aquí para allá. Por la noche, ante la imposibilidad física de hacer fotos, se movían unos kilómetros detrás del frente, y “tomaban”, cuando era posible, algún edificio abandonado, un hotel y a veces hasta un palacete para descansar. Esto les permitía visitar el puesto de mando para conocer los planes del día siguiente, enviar el material a retaguardia, reparar sus delicados equipos, escribir descripciones de cada foto o rollo de película que habían tomado, y también tomar una ducha caliente y dormir en una cama decente en un lugar relativamente seguro. 


El conocer los planes con antelación les servia para moverse a la zona de combate incluso antes que los soldados, lo que les proporcionaba otra ventaja: el llegar primero a los pueblos y saquear a su antojo todo lo que tuviera algún valor. Por supuesto, ellos lo llamaban llevarse un “recuerdo”, o “liberar” un objeto. Había otros métodos con los que las unidades de fotógrafos se “buscaban la vida” en el frente. Uno de los más ingeniosos eran llevar rollos de película en grandes cantidades. Sabiendo que los soldados llevaban cámaras que robaban o traían consigo, pero a menudo carecían de rollos de película, los avispados fotógrafos se los cambiaban por cigarrillos que luego vendían en el mercado negro, obteniendo pingües beneficios. Alguno incluso pudo montar un estudio de fotografía al terminar la guerra solo con lo obtenido por este método. Otro consistía en llevar negativos de chicas ligeras de ropa, de las que sacaban copias y cambiaban por dinero o algún favor, como ruedas para los traqueteados jeeps, alcohol, mantas, estufas, filetes de carne, huevos, etc. También era frecuente que el personal de retaguardia, como conductores, mecánicos o cocineros les pidieran hacerse una foto con el uniforme de combate y el fusil en la mano, a cambio de algún favor, para impresionar a sus familiares y amigos de casa. Es fácil deducir que para estos hombres portar cámaras era como llevar una maquina de imprimir dinero encima.

Otra satisfacción que les reportaba moverse con los soldados de vanguardia eran los calurosos recibimientos que recibían por parte de la población local al llegar a los pueblos liberados. Se les aplaudía y abrazaba, colmándoles de vino y frutas, e incluso recibían algún furtivo beso de alguna emocionada aldeana. Para ellos era fácil saber los países por los que iban avanzando hasta llegar a Alemania sin necesidad de mapas, solo por estas muestras de agradecimiento. No es difícil imaginar porque estos hombres les gustaba su trabajo.  


Todas estas ventajas suponían justos premios al peligro que corrían. A pesar de retirarse detrás del frente, tenían que volver cada día a cumplir su misión. En comparación con los soldados, se encontraban indefensos. No tenían el entrenamiento ni llevaban las armas que les permitieran defenderse ante un enemigo, ya que el equipo fotográfico se lo impedía. Al contrario, eran como imanes para los soldados enemigos, ya que el ruido de sus cámaras y el hecho de ser los únicos combatientes que no se podían ocultar del todo en la batalla significaba atraer el fuego, en forma de balas, granadas o proyectiles de artillería. Algunos soldados rehuían de ellos e incluso les acusaban de entorpecer las operaciones.

Sus equipos no les permitían arrastrarse por el terreno apropiadamente y más de uno perdió su cámara en el fragor de la batalla, ya que como explicó mas tarde, en la trinchera solo cabía o el o su cámara. Llevaban la película en sus mochilas, y al ser este material inflamable, un proyectil o esquirla podía provocar un incendio, como de hecho ocurrió en varias ocasiones. Se exponían al fuego de forma temeraria, buscando la mejor instantánea o el lugar mas apropiado para filmar o fotografiar. Su orgullo profesional y amor propio les mantenía cerca de la acción por temor a perderse algo importante.


El afán en conseguir buenos planos les llevaba incluso a dar la espalda al enemigo para filmar el avance de las tropas o adelantarse a ellas entrando tras las líneas enemigas. El caso más significativo es el de George Hjort, que por ordenes del comandante John Ford, encargado de registrar el desembarco en Omaha Beach el Día-D por la O.S.S., fue lanzado en paracaídas tres días antes de la invasión para realizar tomas desde la playa. Con ayuda de la resistencia, logró llegar y pudo registrar, entre otras, la única escena de dos soldados siendo alcanzados por fuego alemán en el día-D. En este impresionante plano se observan varios soldados que acaban de salir del agua avanzando con un fondo de obstáculos metálicos. El de la derecha es alcanzado, cayendo y luego poniéndose de pie tambaleante, mientras que el de la izquierda avanza corriendo, mientras se observan claramente las nubes de varios impactos de bala a su derecha, hasta que su carrera se detiene de una certera ráfaga que le hace caer fulminado. Apareció originalmente en el documental The true Glory (La verdadera gloria), y desde entonces en todos los documentales sobre la invasión. Jhort logró salir de aquel infierno montando en un LCI que volvía a un barco de transporte.

El fotógrafo, no obstante, se exponía menos que el camarógrafo. Podía asomarse desde un lugar cubierto, ver la acción, sacar la foto y luego volver a ocultarse, mientras que el segundo debía exponerse durante los segundos que estuviese filmando la escena. Al pegar el ojo a la cámara de cine, el operador pierde totalmente la visión periférica de la situación, todo se ve como en un túnel. La búsqueda de un buen plano sin cometer errores en cuanto a encuadre, enfoque, fondo, movimiento de cámara (un ligero movimiento aparece como un gran temblor en una pantalla de cine), hacía que olvidara que estaba en medio del combate. Un enemigo acechando, un francotirador, o un fuego cruzado podían acabar fácilmente con su vida. En más de una situación, los soldados de alrededor debían avisar a un camarógrafo demasiado concentrado en su trabajo que le acababan de lanzar una granada a los pies sin enterarse, dándole el tiempo justo para saltar y ponerse a cubierto.  


Otras veces la escena era tan interesante, que este no podía dejar de filmar, aun a riesgo de morir en el intento, como se observa en el documental Fury in the Pacific (Furia en el pacifico). El camarógrafo de los Marines Paul Peters, que se encontraba registrando el avance de las tropas en la isla de Peleliu, vio a un soldado japonés en un cerro a unos 25 metros de él. Peters no pudo dejar de filmar, a pesar de que el soldado advirtió su presencia, y un tanto desconcertado al principio, le lanzó un explosivo tipo torpedo, que explotó tan cerca que la onda expansiva le lanzó hacia atrás y le quitó la cámara de las manos, quedando enterrada en el fango. Al día siguiente logró recuperarla con la película intacta. Pero no siempre ocurría así. Algunos, ante un ataque en masa de los japoneses en el Pacifico o un bombardeo demasiado cercano en Francia, simplemente dejaban de filmar y corrían. Como explica uno de ellos, preferían seguir filmando al día siguiente, quizás recordando las palabras de sus oficiales de que “una foto o película no sirve si no la puedes traer tú.” 


 Hubo ocasiones en que una SNAFU (situation normal: all fucked up- situación normal: Todo jodido) les hacia coger un fusil antes de que se convirtiera en FUBAR (fucked up beyond all recognition - jodido mas allá de todo reconocimiento). En estos casos debían colaborar con los soldados para salir del embrollo. Bill Genaust, mencionado anteriormente, se encontraba en Saipan cuando él y su camarada fueron rodeados por tropas enemigas. Mientras su compañero fue a buscar ayuda, Genaust se quedó solo rechazando sucesivos ataques en masa, típicos de los japoneses. Cuando había matado al menos a seis, la asistencia llegó. Otro se encontraba en una trinchera con un colega fotógrafo. Mientras cargaba la cámara, observó como un francotirador apuntaba hacia ellos. Tiró al suelo la cámara, sacó su Colt1911 A1 y disparó a bulto. Unos soldados que se encontraban cerca se dieron cuenta de la situación y mataron al japonés. 


La tasa de bajas entre las unidades fotográficas doblaba a la de la tropa. A las causadas por heridas, enfermedad y muerte se añadía una que se cebaba especialmente en ellos, la fatiga o estrés de combate. Sus síntomas comenzaron a describirse en esta época, considerándose anteriormente cobardía ante el enemigo. John Huston mostró sus efectos en el excelente documental Let there be light (Que se haga la luz) elaborado en 1,946 y prohibido durante muchos años. Los que lo sufrían, antes alegres y comunicativos, se volvían taciturnos y esquivos, necesitando grandes dosis de alcohol para resistir. Se negaban, angustiados, a entrar en combate sobre todo después de recibir una herida y aseguraban que morirían en la próxima misión. Perdían peso al descuidar su alimentación, presentaban tics nerviosos y tartamudeo ocasional. Este cuadro era muy frecuente entre los camarógrafos, ya que la prolongada exposición al peligro y la visión de muertos o trozos de lo que una vez fueron seres humanos eran tan continua como para recordarlo el resto de sus vidas.


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