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lunes, 22 de agosto de 2011

La balada del soldado




TÍTULO ORIGINAL
Ballada o soldate (Ballad of a Soldier)
AÑO
1959

DIRECTOR
Grigori Chukhrai
GUIÓN
Grigori Chukhrai, Valentin Ezhov
MÚSICA
Mikhail Ziv
FOTOGRAFÍA
Vladimir Nikolayev, Era Savelyeva (B&W)


PRODUCTORA
Ministerstvo Kinematografii

PREMIOS
1960: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)

1961: Nominada al Oscar: Mejor guión original

1961: BAFTA: Mejor película

SINOPSIS
Durante la Segunda Guerra Mundial, el joven Alyosha, un soldado de apenas 19 años, gana una medalla como recompensa por su heroísmo en el frente de batalla. En lugar de la condecoración, Alyosha pide unos días libres para poder visitar a su madre. De camino a casa, en el tren conoce a una chica de la que se enamora.


"La balada del soldado" se alza como una particular muestra de la vitalidad que también residía en tiempos de guerra en el interior de los combatientes, porque podía haber muertos, podía haber heridos, dolor, vehemencia, sangre... pero también estaban las ilusiones y deseos de personas más cercanas a la muerte que a la propia vida que, aun así, guardaban en su último aliento un pequeño resquicio de esperanza por poder volver con sus seres queridos, por recordar cuanto les añoraban y por ir almacenando todas esas historias que contar algún día, cuando llegase el momento.Chukhrai recoge ese vitalismo en una fabulosa aura, que logra despertar los sentimientos más epidérmicos del espectador y empapar la pantalla de emociones puras y palpables, esas que surgen con no poca facilidad, y se despegan de uno todavía con más dificultad. Y es que con diálogos que rezuman sencillez, personajes que resultan francos y directos, instantes rebosantes de sencillez y un transcurso de lo más conciso, donde no hay tiempo para las poses impostadas o la construcción artificiosa de momentos dramáticos, se nos regala un relato de vivas sensaciones que recorren de la médula a la córnea para mostrarnos el transcurso de un cine puro y vibrante.Entretanto, se nos presenta un maravilloso personaje interpretado por otro bellezón soviético: Zhanna Prokhorenko, y es que yo no sé que tenían estas actrices, pero tanto por su atractiva y extraña belleza, como por las ganas que le echaban en el momento de interpretar, construían quizá los papeles más atractivos donde si tenían que cautivar a alguien, con quien precisamente lo lograban antes, era con el espectador.Desde ese instante, se desarrolla en el film una de esas relaciones en la que, sin necesidad de entregarnos un romance visible y que se fragüe ante los ojos del respetable, va emergiendo como si nada y dejando al público sumergido en una aureola de romanticismo puro y duro, donde una sóla mirada, una sencilla sonrisa o un simple gesto significarían mucho más que mil palabras. Ante ella, uno se siente seguro y embriagado por el poder de uno de los, probablemente, mejores idilios que haya dado la historia del cine, y todo ello sin besos, sólo con una fulminante mirada, sólo con un cálido abrazo, con el sol poniéndose, y la balada del soldado llegando a su fin.


Tras el plano del camino serpenteando hacia un fondo lejano, bajo un cielo de nubes brillantes, plano tan profundo como el momento emocional logrado (una amable voz en off anuncia el relato de lo ocurrido al joven y heroico soldado cuya tumba remota no podrá visitar su madre, a quien contemplamos mientras tanto, enlutada y dolorida), una secuencia hace temer que nos encontremos ante una película eminentemente bélica y, además, regularcilla: los tanques rampantes que se lanzan a persecuciones veloces y tercas campo a través, las explosiones y ráfagas, tienen un aire grotesco.Por fortuna, veremos enseguida que ese aire es intencionado. La película no exalta el heroísmo ni los valores del sacrificio patriótico, ni las razones de estado para respaldar matanzas. Lejos de ello, se mueve desde pronto en un campo de valores humanistas y sencillos, como el amor a la madre y la tierra natal, la identificación solidaria con los semejantes, la disposición a un romance elevado, la honradez y la sinceridad, valores básicos cuya afirmación permite exponer sin tapujos la crueldad con que la guerra llega a desgraciar las vidas concretas de la gente, sus vínculos conyugales y familiares, y a impedir amores merecedores de mejor suerte.Con lo que, si no es propiamente un film bélico, porque aunque transcurra en tiempos de guerra apenas incluye acciones militares, tampoco es cine propagandístico, porque no puede concluirse que la ideología oficial resulte muy reforzada tras este bello y sereno lamento por la devastación irreparable que una guerra causa en el corazón de las personas sencillas e inocentes, nacidas con la esperanza de algo más que padecer en nombre de principios huecos.El relato del viaje del joven soldado a su aldea natal está desarrollado con ritmo ejemplar, oscilando los episodios del itinerario suavemente en torno al eje continuo del camino (de tierra, carretera o ferrocarril). Y el lenguaje fílmico está manejado magistralmente: lo que se cuenta se ve, entra por los ojos, no necesita apoyarse en diálogos, que son escasos y funcionales. Hay largos pasajes en que todo avanza en pantalla mientras se suceden, con la fluidez de una sinfonía, planos repletos de significación, a veces narrativa, a veces poética, apoyados con absoluto equilibrio por una música dosificada en la medida justa, incluso cuando en un gesto genial, de sobrecogedor efecto, se suspende y se convierte en mudo clamor, para decir con el silencio la mayor de las emociones, en un momento cinematográficamente culminante.La suma sin estridencias de valores éticos y artísticos consigue para esta obra maestra un claro lugar en el corazón cinéfilo.



La actriz Zhanna Prokhorenko posee tal gracia y encanto que cuando aparece en pantalla estamos seguros de conocerla, haberla visto ya en otras películas rusas, no conseguimos recordar cuáles. Tras la proyección, al consultar comprobamos con sorpresa que sólo trabajó en “La balada del soldado”.


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