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lunes, 15 de agosto de 2011

The Hill (La colina)


TÍTULO ORIGINAL The Hill
AÑO 1965

DIRECTOR Sidney Lumet
GUIÓN Ray Rigby
MÚSICA Varios
FOTOGRAFÍA Oswald Morris

REPARTO Sean Connery, Harry Andrews, Ian Bannen, Alfred Lynch, Ossie Davis, Roy Kinnear, Ian Hendry, Michael Redgrave, Jack Watson

PRODUCTORA Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Seven Arts Productions

PREMIOS 1965: Festival de Cannes: Mejor guión (ex-aequo)

SINOPSIS Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de prisioneros ingleses se encuentra encarcelado en un campo militar del norte de África. Allí sufren la ira de un sádico sargento.

La colina, brillante cinta antimilitarista dirigida por Sidney Lumet, y película eminentemente inglesa, supuso, en primer lugar, una muestra de la valentía de Sean Connery a la hora de arriesgarse y no acabar convirtiéndose en una caricatura de sí mismo, en una película coral donde la importancia de su personaje en la trama es básica pero no mayor que varios de los personajes y al que pocas estrellas mirarían con buen ojo. Y es que, a pesar de la soberbia interpretación de Sean Connery, no destaca por encima de nadie en este intenso y virulento drama carcelario en la que Lumet traza de manera soberbia el perfil psicológico de los personajes con un estilo dinámico, donde la cámara y el montaje cobran una fuerza inusitada, y donde la puesta en escena está claramente influída por el free cinema británico y el cine sesentero de Joseph Losey, exprimiendo al máximo el brillante y sobrio libreto de Ray Rigby, algo teatral en determinados momentos, pero de una precisión portentosa, algo que la hacen separarse de los estilos anteriormente mencionados, que en varias ocasiones acabaron convertidos en meros ejercicios de estilo vacíos y eminentemente plásticos e hiperrealistas que pretendían camuflar la ausencia de un buen guión detrás de las imágenes. A pesar de ser una cinta sobria, Lumet deja libre a la cámara en un estilo barroco en ocasiones, donde los contrapicados chocan con los primeros planos, y los travellings y los planos secuencias se confunden, haciendo que el impecable trabajo en la planificación del director alcance momentos simplemente soberbios.

La brillantez de la propuesta radica en el uso que hace de los prototipos del cine bélico y la subversión de los cánones del género a través de ellos mismos, emanando una enorme sensación de pesimismo a través de un mundo en el que los inocentes no tienen posibilidad alguna de victoria dentro de un sistema reaccionario pero fuerte, a diferencia de su mayor obra maestra, 12 hombres sin piedad, de temática parecida a esta cinta. Y es que comparten temática porque el parecido que tienen el personaje que interpretaba Fonda y que aquí interpreta Sean Connery, ambos honrados ciudadanos que luchan contra una mayoría corrupta y equivocada. Pero, a diferencia del héroe del cine americano de ojos azules, si analizamos fríamente, la visión que da Lumet sobre el sargento mayor Roberts dista mucho de ser la de un carácter idealizado. Y aquí radica el matiz que separa al héroe del antihéroe. Se nos presenta casi como un ser amoral que dejó morir a su tropa y que huyó por cobardía, y por tanto no dista en demasía del pérfido y autoritario Bert Wilson, imponente Harry Andrews, y de su sosías, el sádico guardia Williams, preocupado únicamente de quedar bien ante sus superiores y de cubrir su cobardía con abusos. Y es que la película entera trata acerca de la alienación de los soldados por medio del sistema, del que no son más que meros juguetes.

Siendo una mezcla de El hombre Alcatraz y La chaqueta metálica, Lumet centra el desarrollo en el modo en que los guardias, una parte más del propio sistema, manejan a su antojo a los presos y les hacen cargar con las ridículas leyes del libro del Rey victoriano, torturando y ridiculizando en más de una ocasión a los convictos. Así, mediante la vejación y el abuso, se consiguen meros soldados, máquinas de matar sin más sentimientos que los que se les insufle por parte del ejército, un lugar en el que la cobardía no tiene lugar. Es por ello que un personaje tan bien perfilado como el del guardia Harris vive un tormento continuo al no atreverse a plantar cara a su superior al ser parte del propio sistema y no poder luchar contra él, hasta que finalmente es demasiado tarde.

Y es que la colina del título no deja de ser más que la punta del iceberg de todos los castigos y de las constantes negligencias y mentiras. El choque de contrastes rige constantemente la película, la corrupción del ejército, la ausencia de un responsable, y el manejo de los carceleros hacia los insubordinados, contra la imposibilidad de los escasos idealistas que luchan contra ese sistema. El individualismo es castigado, la conciencia no vale para nada, la masa siempre vence y aplasta la dignidad individual en servicio del bien global. Es el mensaje pesimista que transmite Lumet dentro incluso del pequeño microcosmos de los cinco presos protagonistas, en los que vemos las diferentes partes, desde el cobarde y rastrero para unos, cínico y realista para otros, Monty, hasta el negro Jacko King, tratado poco menos que como un animal, hecho que le llevará a sacar su lado más irracional, McGrath, que únicamente parece estar esperando la oportunidad para dar rienda suelta a su violento carácter, y el ya nombrado Roberts, donde Sean Connery da una lección de sobriedad interpretativa. Ponen de manifiesto ese contraste de ideas del que habla Lumet, donde los bondadosos no tiene cabida frente al férreo sistema, pero también que todos tenemos esa dualidad por la que no puede haber bien sin mal, punto brillante del guión al colocar al frente de la historia en busca de la verdad a personajes de dudosa catadura moral que, aparentemente, llevan crímenes a sus espaldas. Y es que, con personajes como Monty, el propio ejército tapa sus mentiras a base del miedo y la extorsión, como se demuestra también con el médico interpretado por Michael Redgrave, desaprovechado personaje que daría más juego en la trama pero que sin embargo pasa inadvertido la mayor parte del metraje y únicamente cobra relevancia al final, y que no es más que una pieza más de ese perfecto engranaje que es el reaccionario ejército británico. Finalmente, Lumet consigue poner un broche de oro a la cinta en la que se resume todo aquello que pretende contar durante todo el metraje, entregando uno de los epílogos más amargos que se recuerdan en toda la historia del cine, en los que el bien no puede triunfar contra el sistema.


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