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sábado, 23 de junio de 2012

Fugitivos del desierto


Ice-cold in Alex" nos sitúa en el desierto de Tobruk en plena Segunda Guerra Mundial.

En una destartalada ambulancia, dos militares británicos, dos enfermeras y un misterioso personaje recogido al inicio del viaje, intentarán llegar a Alejandría superando las múltiples adversidades que se les irán presentando. La película tiene su mérito. Sobre todo el de no aburrirnos pese a su largo metraje. Pero le sobra casi una hora.

Thompson mantiene brillantemente el pulso narrativo pero eso no basta, porque a falta de buenas ideas lo conveniente hubiera sido acortar la película y ésta, de seguro, hubiese mejorado. Saca excelente partido del paisaje desértico y logra convertir a la vieja ambulancia en un personaje más, un personaje entrañable. Por contra, las interpretaciones son desiguales y nada cálidas, de tal manera que no 'vivimos' la historia con sus protagonistas. En definitiva, película interesante con una secuencia (la de las arenas movedizas) extraordinaria y la sensación de que, con menos minutos, la historia podría haber quedado redonda.

TÍTULO ORIGINAL Desert Attack (Ice-Cold in Alex)
AÑO 1958

DIRECTOR J. Lee Thompson
GUIÓN Christopher Landon, T.J. Morrison (Novela: Christopher Landon)
MÚSICA Leighton Lucas
FOTOGRAFÍA Gilbert Taylor

REPARTO John Mills, Sylvia Syms, Anthony Quayle, Harry Andrews, Diane Clare, Richard Leech 

PRODUCTORA Associated British Picture Corporation (ABPC) / Twentieth Century Fox Film Corporation

PREMIOS
1958: BAFTA: 3 nominaciones, incluyendo Mejor película y actor
1958: Festival de Berlín: Premio FIPRESSCI

SINOPSIS Durante la II Guerra Mundial (1939-1945), un grupo de soldados y enfermeras cruzan el desierto en una destartalada ambulancia con la intención de llegar hasta Alejandría. En el camino recogen a un misterioso personaje.

El relato comienza en el Norte de África, en junio de 1942. Mientras las fuerzas alemanas avanzan victoriosas hacia Egipto y la fortaleza de Tobruk, el capitán George Anson (John Mills), un hombre cansado de la guerra y con tendencia al alcoholismo, recibe el encargo de evacuar a dos enfermeras en una ambulancia con destino a Alejandría. Sin embargo, el viaje pronto se complica cuando el acoso de las avanzadas alemanas hace que Anson y sus compañeros de viaje tengan que elegir una nueva ruta dando un largo rodeo por el desierto. Por el camino, la ambulancia recoge al capitán Van der Poel (Anthony Quayle), un oficial sudafricano que, aunque en principio será de gran ayuda gracias a su fortaleza física, gradualmente irá despertando las sospechas del resto de grupo acerca de su verdadera identidad e intenciones.

En 1957 el escritor británico Christopher Landon publicaba la que iba a ser su obra más famosa, una novela titulada Ice Cold in Alex (cuya traducción más fiel sería “cerveza helada en Alejandria”), que se convirtió en un inmediato éxito de ventas. Landon, que durante la guerra había servido como conductor de ambulancias en el Norte de África, se basó parcialmente en sus experiencias personales para escribir el libro, aunque buena parte de los hechos que aparecían en el mismo eran ficticios. En cualquier caso, Landon no solo vendió los derechos de su novela para que esta fuera llevada al cine, sino que también fue contratado para elaborar el guión del film. La dirección del mismo recayó sobre Jack Lee Thompson, un joven y prometedor cineasta británico que solo tres años después iba a alcanzar notoriedad internacional encargándose de la realización de otro film bélico de gran éxito comercial: Los cañones de Navarone. 

Entrando a analizar el film, hay que señalar que Fugitivos del Desierto es una de las producciones bélicas británicas más estimables de la época. Tras un inicio trepidante, que incluye algunas secuencias de acción brillantemente filmadas, que muestran la huida de la ambulancia en medio de un ataque alemán, la película va evolucionando hacia el típico relato de aventuras que incluye un interesante retrato sicológico de los personajes principales. En ese aspecto, es especialmente interesante la evolución del protagonista, el capitán Anson, un hombre que en principio encarna el perfecto antihéroe, por su alcoholismo e incluso su indisimulada “fatiga de guerra”, pero que será capaz de sacar fuerzas de flaqueza para hacer frente a las penalidades de un viaje hacia el interior profundo del desierto y que finalmente ofrecerá lo mejor de sí mismo mientras sueña, como el mismo dice, con “tomar una cerveza helada en Alejandria”. Frente a él, el hercúleo Capitán Van der Poel (magníficamente interpretado por Anthony Quayle) ofrece la nota discordante, pues pese a mostrarse desde el primer momento como un hombre de excepcional valor y arrojo, el misterio en torno a su verdadera identidad será una fuente de tensión para sus compañeros de viaje.

En medio de ello, la película ofrece escenas muy logradas, especialmente la ya citada de la huida de la ambulancia y la del tenso cruce de campo de minas, una escena, por cierto, que después sería imitada hasta la saciedad en títulos posteriores ambientados en el desierto norteafricano. Todo ello compensa en gran medida el evidente bajón de ritmo que experimenta la narración en la segunda mitad del metraje (posiblemente sobran algunos minutos en esa parte), pero que en cualquier caso no afecta a la calidad de un relato que destila un convincente mensaje antibelicista, y que está perfectamente rematado por un estupendo y a la vez emotivo desenlace que sirve para redondear una película bastante completa en todos los sentidos. Un título que, sin llegar a ser sobresaliente, sí que es bastante estimable y que puede considerarse un pequeño clásico del género bélico.

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