Lo vi cruzar por el pantano, apoyando los pies en las raíces sumergidas.
El barro le llegaba hasta los dientes. Miraba con los ojos muy
abiertos, como si detrás de las pupilas se extendiera una legión de
cicatrices. Las moscas anidaban en su vientre y no acertaba a respirar.
Un intestino interminable cubría de excrementos sus oídos.
Ven, acércate. Déjate agarrar por las solapas. Cuidado, no tropieces. Agacha el cuerpo. No querrás que te alcance la metralla. Prepárate a correr y nunca mires hacia atrás. No hay nada en la llanura. Es inútil, no busques las cenizas.
Ven, acércate. Déjate agarrar por las solapas. Cuidado, no tropieces. Agacha el cuerpo. No querrás que te alcance la metralla. Prepárate a correr y nunca mires hacia atrás. No hay nada en la llanura. Es inútil, no busques las cenizas.
Año 1943. En una aldea de Bielorrusia el jóven adolescente Florya
(Aleksei Kravchenko), es reclutado para unirse a las guerrillas
partisanas que combaten tras las lineas alemanas, debiendo por tanto
abandonar a su familia. Tras algunas peripecias, cuando la unidad
partisana vuelve a la aldea de Florya, descubre que los alemanes la han
arrasado y matado a sus habitantes. A partir de ese momento, el grupo
partisano buscará cobrarse venganza.
Masacre, ven y mira es la producción bélica soviética más destacable de las realizadas en la época que podriamos denominar como tardocomunismo, una época en la que ya se presagiaba la decadencia de la URSS, y en la que comenzaba a vislumbrarse la caida del comunismo soviético. Por esta razón, no debe extrañar que esta película, dirigida por el realizador ruso Elem Klimov, con ocasión de la conmemoración del 40º aniversario del fin la II GM, destile un aire mucho más realista que otros films anteriores de producción soviética sobre la guerra contra el invasor alemán, y que abordara este duro relato en un tono alejado de cualquier atisbo de triunfalismo patriótico.
Siguiendo esa linea, la película se aproxima al tema de la guerra partisana desde un punto de vista bastante objetivo, y nos ofrece el relato de una historia dura, contada sin ningún tipo concesiones de cara al espectador. El ritmo de la narración es pausado, con profusión de planos-secuencia silenciosos que se intercalan con algunas escenas de breves diálogos para resaltan la crudeza de la historia que se nos cuenta. La primera media hora del metraje, aunque resulta por momentos bastante lenta, visualmente está muy bien hecha para transmitirle al espectador la desolación de los bosques, y la sensación que experimentan los personajes inmersos en el frio y el barro del ambiente. En ese sentido, hay que destacar la perfecta labor de ambientación del film, que logra trasdar al espetador a los escenarios y paisajes de Bielorrusia, así como transmitir en todo momento la desolación causada por la guerra.
Como decía, si bien el aspecto visual de la historia es sobresaliente, el aspecto narrativo está un peldaño por debajo. Se echan en falta algunas mayores dosis de acción, y podrían haberse acortado algunas escenas que tienden a recrearse demasiado en los personajes sin hacer avanzar el relato, como por ejemplo, la larga secuencia silenciosa que Floria comparte con la jóven muchacha partisana; lo que se traduce en un ritmo narrativo excesivamente lento en algunos pasajes del film. Naturalmente, los alemanes aparecen retratados como unos sádicos asesinos, mientras que los guerrilleros se contemplan desde una perspectiva mucho más humanizada, y quizás en este puntos habrían sido de agradecer algunos matices adicionales. Con todo, la película tiene algunos momentos realmente buenos como cuando el protagonista descubre la matanza en su aldea o la furiosa venganza sobre los alemanes capturados, que viene precedida de un impactante diálogo entre los prisioneros y sus captores.
En conclusión “Masacre, ven y mira” es una película típicamente rusa, con las virtudes (especialmente visuales) y defectos -sobre todo la falta de un mayor ritmo narrativo- tradicionalmente propios del cine de esa nacionalidad. Pero, sin duda, una película muy interesante en lineas generales por darnos otra visión del conflicto, y sobre todo, ofrecer una mirada directa, sincera y muy sentida sobre los desastres que toda guerra lleva aparejados. Un título absolutamente recomendable.
Masacre, ven y mira es la producción bélica soviética más destacable de las realizadas en la época que podriamos denominar como tardocomunismo, una época en la que ya se presagiaba la decadencia de la URSS, y en la que comenzaba a vislumbrarse la caida del comunismo soviético. Por esta razón, no debe extrañar que esta película, dirigida por el realizador ruso Elem Klimov, con ocasión de la conmemoración del 40º aniversario del fin la II GM, destile un aire mucho más realista que otros films anteriores de producción soviética sobre la guerra contra el invasor alemán, y que abordara este duro relato en un tono alejado de cualquier atisbo de triunfalismo patriótico.
Siguiendo esa linea, la película se aproxima al tema de la guerra partisana desde un punto de vista bastante objetivo, y nos ofrece el relato de una historia dura, contada sin ningún tipo concesiones de cara al espectador. El ritmo de la narración es pausado, con profusión de planos-secuencia silenciosos que se intercalan con algunas escenas de breves diálogos para resaltan la crudeza de la historia que se nos cuenta. La primera media hora del metraje, aunque resulta por momentos bastante lenta, visualmente está muy bien hecha para transmitirle al espectador la desolación de los bosques, y la sensación que experimentan los personajes inmersos en el frio y el barro del ambiente. En ese sentido, hay que destacar la perfecta labor de ambientación del film, que logra trasdar al espetador a los escenarios y paisajes de Bielorrusia, así como transmitir en todo momento la desolación causada por la guerra.
Como decía, si bien el aspecto visual de la historia es sobresaliente, el aspecto narrativo está un peldaño por debajo. Se echan en falta algunas mayores dosis de acción, y podrían haberse acortado algunas escenas que tienden a recrearse demasiado en los personajes sin hacer avanzar el relato, como por ejemplo, la larga secuencia silenciosa que Floria comparte con la jóven muchacha partisana; lo que se traduce en un ritmo narrativo excesivamente lento en algunos pasajes del film. Naturalmente, los alemanes aparecen retratados como unos sádicos asesinos, mientras que los guerrilleros se contemplan desde una perspectiva mucho más humanizada, y quizás en este puntos habrían sido de agradecer algunos matices adicionales. Con todo, la película tiene algunos momentos realmente buenos como cuando el protagonista descubre la matanza en su aldea o la furiosa venganza sobre los alemanes capturados, que viene precedida de un impactante diálogo entre los prisioneros y sus captores.
En conclusión “Masacre, ven y mira” es una película típicamente rusa, con las virtudes (especialmente visuales) y defectos -sobre todo la falta de un mayor ritmo narrativo- tradicionalmente propios del cine de esa nacionalidad. Pero, sin duda, una película muy interesante en lineas generales por darnos otra visión del conflicto, y sobre todo, ofrecer una mirada directa, sincera y muy sentida sobre los desastres que toda guerra lleva aparejados. Un título absolutamente recomendable.
1) Como film bélico, el de Klimov responde a un encargo oficial y
consiste en propaganda patriótica. De las atrocidades de ambos bandos
enfrentados en la guerra, cuenta las perpetradas por el ejército alemán:
la destrucción metódica de aldeas bielorrusas y el exterminio de sus
habitantes, encerrando a toda la población en la iglesia e
incendiándola, tal como hicieron en otros frentes, en pueblos franceses y
belgas.
La estrategia nazi, como la de toda ideología totalitaria, incluía la práctica planificada y sistemática del terror sobre la población, con el fin de allanar la resistencia y facilitar la obediencia ciega. Si de paso alguien daba rienda suelta a sus peores instintos, tampoco estorbaba.
2) Esa experiencia de agobio y extremo impacto emocional es la que llena la película y la convierte en una historia de terror, el cuento de un niño que contra la voluntad de su madre se une a los partisanos para convertirse en un hombre, y en el curso de unas jornadas de horror se transforma en un anciano prematuro.
Todo comienza felizmente para él, dentro de lo que cabe. En el campamento, los guerrilleros le reciben bien. Cantan canciones tradicionales y se hacen fotografías, agrupados, sonrientes, en clima de camaradería. Incluso conoce a una adolescente ante quien se muestra fascinado, incapaz de reaccionar.
Cuando, tras perderse cada uno por su lado en el bosque, se reencuentran y regresan juntos a la aldea, empieza la sucesión de horrores. Una silueta de un Focke-Wulf aparece de vez en cuando en el cielo como siniestra señal para anunciarlos.
La película, enfocando la amenaza de un mal ilimitado, no los ahorra.
3) La narración avanza pausada y se apoya en una fotografía poderosa, en un paisajismo imponente, heredero de Dovzhenko y Tarkovsky (la comparación, además, con “La infancia de Iván”, es inevitable).
Los colores tenues, tierra y barro, madera vieja, verde oscuro de la vegetación, definen una gama de tonalidad baja contra la que destacan las inmensas llamaradas y las centellas de los tiroteos nocturnos.
4) La eficaz estrategia de intensificar el impacto emocional pasa por adoptar con la mayor frecuencia el punto vista del niño, atónito, ahogado por la barbarie en que se ve sumergido.
Como a él, nos ensordecen las bombas, o nos llenan las ráfagas la cabeza de chirridos enloquecedores. Como él, asistimos con espanto a crímenes que, por desgracia, parecen inherentes a la naturaleza humana, pero nunca podremos comprender.
La estrategia nazi, como la de toda ideología totalitaria, incluía la práctica planificada y sistemática del terror sobre la población, con el fin de allanar la resistencia y facilitar la obediencia ciega. Si de paso alguien daba rienda suelta a sus peores instintos, tampoco estorbaba.
2) Esa experiencia de agobio y extremo impacto emocional es la que llena la película y la convierte en una historia de terror, el cuento de un niño que contra la voluntad de su madre se une a los partisanos para convertirse en un hombre, y en el curso de unas jornadas de horror se transforma en un anciano prematuro.
Todo comienza felizmente para él, dentro de lo que cabe. En el campamento, los guerrilleros le reciben bien. Cantan canciones tradicionales y se hacen fotografías, agrupados, sonrientes, en clima de camaradería. Incluso conoce a una adolescente ante quien se muestra fascinado, incapaz de reaccionar.
Cuando, tras perderse cada uno por su lado en el bosque, se reencuentran y regresan juntos a la aldea, empieza la sucesión de horrores. Una silueta de un Focke-Wulf aparece de vez en cuando en el cielo como siniestra señal para anunciarlos.
La película, enfocando la amenaza de un mal ilimitado, no los ahorra.
3) La narración avanza pausada y se apoya en una fotografía poderosa, en un paisajismo imponente, heredero de Dovzhenko y Tarkovsky (la comparación, además, con “La infancia de Iván”, es inevitable).
Los colores tenues, tierra y barro, madera vieja, verde oscuro de la vegetación, definen una gama de tonalidad baja contra la que destacan las inmensas llamaradas y las centellas de los tiroteos nocturnos.
4) La eficaz estrategia de intensificar el impacto emocional pasa por adoptar con la mayor frecuencia el punto vista del niño, atónito, ahogado por la barbarie en que se ve sumergido.
Como a él, nos ensordecen las bombas, o nos llenan las ráfagas la cabeza de chirridos enloquecedores. Como él, asistimos con espanto a crímenes que, por desgracia, parecen inherentes a la naturaleza humana, pero nunca podremos comprender.
TÍTULO ORIGINAL | Idi i Smotri |
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AÑO | 1985 |
DIRECTOR | Elem Klimov |
GUIÓN | Elem Klimov, Ales Adamovich |
MÚSICA | Oleg Yanchenko |
FOTOGRAFÍA | Alexei Rodionov |
REPARTO | Alexei Kravchenko, Olga Mironova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas, Victor Lorents |
PRODUCTORA | Mosfilm, Belarusfilm |
SINOPSIS | Película de encargo para celebrar el cuarenta aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, relata a través de los ojos de un niño progresivamente endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de las aldeas bielorrusas durante la guerra. |
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